La gran narradora
- Laura Bitto
- 23 jun
- 2 Min. de lectura

Ella, gran narradora, develaba un nuevo mundo en cada relato. Como si quisiera rescatar de la oralidad esa hermosa capacidad de transmitir la escencia de un pueblo. Sabía que también somos lo que podemos recordar.
Si Walter Benjamin la hubiera escuchado, seguro le habría dedicado un párrafo en El Narrador. Narrar no es sólo contar historias sino que es contar la experiencia colectiva de una comunidad. Es guardar la memoria histórica de esa humanidad. De esa militancia revolucionaria, que tuvo muchas buenas ideas para cambiar el mundo de los 60, 70, 80, 90, 2001, hasta nuestros días.
Mamá me contaba cuentos, pero cambiaba los finales y a veces el desarrollo. Las princesas eran guerreras, nunca necesitaban de un príncipe que cabalgara a rescatarlas. Sólo necesitaba de otras guerreras para defender sus causas.
Siempre había una nueva historia para contar, porque los personajes eran infinitos, tantos como pudiéramos imaginar. Todo podía suceder, todo podía cambiar.
Una piedra en el camino podía convertirse en el cause de un río que te llevara a otro mundo. Una vez allí, ese río ya era otro, ya era lluvia y no más río y regaba la tierra donde una semilla se convertía en tallo y luego en árbol, sus ramas ya eran brazos y no más ramas que abrazaban fuerte y tierno.
Y así, casi sin darte cuenta, entendías que la historia no es sólo una, que puede ser contada desde diversas miradas, puede llevarte por distintos caminos y podes intervenir en ella para crear muchos otros.
Comprendías que el mundo puede cambiar. Que nada estaba dado de una vez y para siempre y que el final, en definitiva, es un misterio.
En casa teníamos un ritual, cuando estábamos todos juntos, en cualquier momento y porque sí, alguien tomaba un libro de la biblioteca, había que abrirlo en cualquier página al azar, era la condición. Leíamos en voz alta algún fragmento.
Recuerdo que había un escritor que nos divertía mucho, un italiano socialista, Aldo Ottolenghi se llamaba. Teníamos dos libros de él La felicidad es otra cosa y En el infierno se toma champagne. Reversionaba las aventuras de los dioses homéricos, sus relaciones y conflictos de manera muy divertida.
Y como es un tiempo en que la palabra es un campo de batalla. Mejor lo decía Volóshinov: "el signo es la arena de la lucha de clases". Quería invitarlxs a tomar la palabra y a nombrar a todxs lxs que imaginemos en ese infierno tomando champagne.
A esxs imprescindibles que ya no están en este mundo pero sí en algún otro posible seguramente reunidxs, haciendo lío y planificando cómo revolucionarlo. Verdaderxs valientes, esxs que libran batallas aunque no tengan una victoria asegurada. Quienes organizan luchas, revueltas, subvierten el orden impuesto por algún diablo, combaten contra las injusticias y, sobre todo, imprimen un contenido único a sus actos.
Que sus ideas lluevan para cambiarlo todo.
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