La guerra de las marcas
- Pepe Mateos
- 15 jun
- 7 Min. de lectura
Hace unas semanas por orden judicial se cerraron las tres ferias que conforman el complejo comercial más grande de Latinoamérica que se conocen como La Salada; Ocean, Urkupiña y Punta Mogote. El cierre, impulsado por EE.UU. en el marco de las negociaciones con el gobierno de Trump por los aranceles, puso en riesgo una actividad económica que afecta a miles de trabajadores.

Por Pepe Mateos
La Salada, ubicada en la localidad de Lomas de Zamora, es el mercado informal más grande de Latinoamérica y viene siendo señalada por el FBI desde hace al menos una década como una zona caliente en materia de falsificación y contrabando. Otro organismo del gobierno de EE.UU., la Oficina del Representante Comercial (USTR) viene llamando la atención por el volumen que tiene la ¨falsificación¨ de marcas, principalmente en la ropa deportiva.
En el informe anual que elabora la USTR, se detallan un extenso paquete de medidas que EE.UU. pide a la Argentina para “mejorar” el intercambio bilateral después de la decisión de Trump de establecer aranceles recíprocos y en ese informe se hace referencia a patentes de productos de laboratorio, farmacéuticos, agropecuarios, introducción de maquinaria usada y las relaciones con la legislación argentina para su comercialización y hay un punto específico, el 4, que se refiere a La Salada y al barrio de Once. La AMCHAM (Cámara de Comercio de EE.UU. En la Argentina) viene presionando en línea con el informe de la USTR para intervenir en La Salada y Once.
Las órdenes judiciales que derivaron en el cierre de las ferias y más de 60 allanamientos simultáneos que culminaron con la detención de una de las figuras más visibles de la feria, Jorge Castillo, acusado de evasión, contrabando y lavado de dinero junto a otras veinte personas más, parecen estar vinculadas con los intereses que manifiestan los organismos norteamericanos.

Para arrancar con la nota de la feria empecé a buscar gente que me diera un esbozo, una guía para acceder a un lugar que desborda en todo sentido. Alguien me pasó el contacto de el Chino. Lo llame y me dijo que hace tiempo que no va por la feria, pero sí me parece me hace la gamba y me acompaña a recorrerla. Nos encontramos en una estación de servicio cerca de Puente La Noria, límite entre Capital y provincia. Un dejo en el hablar indica un origen provinciano. Le pregunto si es tucumano, ¨gracias a dios soy santiagueño¨, me contesta un poco ofendido, ¨de Monte Quemado¨. Tomamos el colectivo 31 para acercarnos a la feria, pero cambió el recorrido y bajamos bastante lejos del predio, lo que nos hace caminar varias cuadras, más de 15 calculo, antes de llegar.
El nombre de el Chino es Ramón Castillo, tiene 77 años y vino hace largas décadas a Buenos Aires y se instaló en Lomas de Zamora, adquirió el oficio gráfico y trabajó en distintas editoriales. Aunque no lo dice explícitamente se nota que tiene una larga historia de luchas sociales y políticas y un amplio conocimiento del territorio. Camino a la feria, pasamos a la vera de un arroyo canalizado que desemboca en el Riachuelo y me cuenta que trabajaron mucho para que se instale una estación de bombeo en ese lugar porque era un bajo que siempre se inundaba.
En el trayecto nos cruzamos con un par de compañeros con los que hace rato no se ve. Comentan algunas cosas de lo que viene pasando. “Mucha gente de estos barrios votó a Milei buscando un cambio, desencantados de muchos dirigentes dejaron de sentirse representados por el peronismo, hoy están arrepentidos porque la situación es muy mala y depende mucho del trabajo que hagamos para que vuelvan”, coinciden.

“La feria es el centro económico más importante de la zona, no solo por la cantidad de gente que trabaja sino también por la posibilidad que le da a las familias de más bajos recursos de acceder a cosas que en otros lugares se les hace imposible comprar” explica el Chino, que la vio nacer y fue testigo de algunas de sus mutaciones. Matías Dewey, sociólogo argentino y profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de St. Gallen (Suiza), dice algo parecido en una nota publicada en La Nación: “La Salada existe porque un sector mayoritario de la sociedad argentina padece un severo problema de acceso a la indumentaria producida formalmente. Es, por lo tanto, un fenómeno estrechamente asociado a la creciente desigualdad social”.
La Salada tiene una larga historia. Dos libros fenomenales dan cuenta exhaustiva de este crecimiento, “Sangre salada”, de Sebastián Hacher y “La Salada, radiografía de la feria más polémica de Latinoamérica”, de Nacho Girón.
En un espacio de piletas populares en Lomas de Zamora que tuvo una época de esplendor entre los años 50 y 70 y por varias razones fuer abandonado, a principios de los 90 se fueron instalando puestos de ropa barata, muchas veces imitaciones de grandes marcas. La feria fue una explosión comercial que fue creciendo con leyes propias, algunos dicen que si se hubiera hecho todo como hubiera debido hacerse, jamás habría funcionado. Determinar su volumen en números es muy impreciso. Ocupa 18 hectáreas a orillas del Riachuelo y se estima que emplea a 30.000 personas entre vendedores, carreros, trapitos, proveedores de comida, seguridad y todo lo que hace al funcionamiento dinámico y caótico de la feria. Todo es plata, no solo la venta de indumentaria.
El principal ingreso es el inmobiliario, el alquiler de puestos reporta números astronómicos, sin exagerar, miles de millones. Pero, también es la fuente de trabajo de miles que buscan su lugar en ese ecosistema para tener un ingreso básico de subsistencia. Un circuito que alimenta a miles de familias del Conurbano, pequeños revendedores, comerciantes de todo el país que se abastecen en el lugar. La Salada provee a una infinidad de ¨Saladitas¨ y también a locales destinados a clase media y media alta, lo que hace que muchos, sin saberlo, vistan prendas de marca salidas de La Salada.
A tres semanas de la detención de Jorge Castillo, su esposa, su hijo y otras personas vinculadas al funcionamiento de la feria y el cierre de los tres principales predios, la Justicia ordenó la reapertura de los predios Urkupiña, Punta Mogote y Cooperativa Ocean, a quienes se les autorizó “el desarrollo comercial y laboral lícito” de manera provisoria.

La presión de los feriantes hizo que el juez federal Luis Armella tomará la decisión de la reapertura con algunas condiciones, entre las que se destaca la de “regularizar la situación fiscal de todos los activos y pasivos, llevar un registro contable de la actividad, realizar un inventario detallado del activo y analizar la documentación respaldatoria de los pasivos de la sociedad”.
También pidió “asegurar que se llevan a cabo buenas prácticas de negocios y gestión, registrar a todos los empleados en relación de dependencia, registrar de forma completa cada venta y/o locación de cada uno de los puestos que componen la feria e instalar un sistema o aplicación para que toda la recaudación se realice mediante un sistema bancarizado, evitando el uso de dinero en efectivo”.
Es sábado y llueve. Miles se mueven por la calle principal y por las que salen al camino de la Ribera Sur que bordea el Riachuelo. La apertura ordenada por el juez federal Armella aún no se hizo efectiva por una serie de trabas burocráticas por lo que muchos de los vendedores que tienen local, en la víspera del Día del Padre, ofrecen su mercadería en la calle, medio inundada por la lluvia de anoche que persiste como una llovizna intermitente.
María es una de las puesteras que levanta los brazos exhibiendo sus tapaditos de impecable confección. Vive en el barrio de Mataderos y hace 5 años tiene un puesto en la feria Ocean por el que paga 2 millones de pesos más expensas y seguridad. El único recibo que tiene es el de expensas. La indumentaria que vende es fabricada en su propio taller. “Si tuviera que comprarla no alcanzaría a cubrir los costos del alquiler”, dice.

Cintia y Ricardo vienen de San Francisco Solano a la feria desde hace 7 años y la reventa de ropa es su forma de vida. Lo hacen los tres días a la semana que abre la feria y gastan entre 500 mil pesos y un millón cada vez que vienen y venden las prendas con un recargo que varía entre un 30 y 50%, depende del tipo de ropa.
Alejandro también es de Solano y tiene un local donde lo que vende es principalmente ropa que tiene marca. “A los chicos jóvenes lo que más le interesa es la marca, si no tiene marca no les vendés”, explica Alejandro, que trabajó más de 20 años en un taller mecánico en Barracas y hace unos años que inició este emprendimiento con su esposa. “No volví a tocar un tornillo”, dice.
“No se puede cerrar la feria de un día para el otro” dice Sergio Correa, vecino que nació y vive en el barrio. “Eso genera un shock tremendo, en estas semanas que están cerradas las tres ferias principales se nota, desde la economía diaria, hasta la inseguridad que recrudece. Si se quieren hacer cambios deben ser paulatinos. Hay una presión por las marcas y la informalidad. No es cierto que todo sea negro, se paga mucho de servicios al municipio y a ARBA y a ARCA. Muchos pagan impuestos altos. Se necesita de La Salada, es una economía desmadrada, pero genera muchos puestos de trabajo, es una economía muy expansiva en toda la zona y hay mucho trabajo genuino. El tema de las marcas puede ser un problema, pero no es más que un 40% de la mercadería que circula, lo que pasa es que es algo muy buscado porque hay una diferencia abismal de precio entre un original en un comercio y uno “trucho”. Se necesita de La Salada”, reafirma Sergio.

La cuestión de La Salada es de una magnitud inconmensurable, puede ser abordada desde distintos vórtices. Eliminarla no resuelve problemas. Se ha ido regulando a lo largo de los años con una lógica propia que se puede inscribir en alguna teoría del libre mercadismo, pero que tampoco sirve para definir sus mutaciones. Un lugar que en principio fue caracterizado como “el shopping de los pobres” hoy irradia su influencia a miles de lugares y sectores. También es un refugio para los que fueron cayendo del sistema formal de trabajo, ya sea vendiendo, comprando para revender o hallando formas de insertarse en ese entramado económico. Quizás en el estudio de las transformaciones y adaptaciones a las distintas épocas haya muchas más respuestas al abordaje de las crisis que atravesamos en nuestro país. Un fenómeno popular y generador de soluciones, quizás no las mejores ni en las mejores condiciones, pero que no puede dejar indiferente a los que pretenden conducir una sociedad.
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