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"La memoria se mueve"

  • Foto del escritor: Laura Bitto
    Laura Bitto
  • 10 nov
  • 7 Min. de lectura

“En algún momento, cuando esa voz aparece trae consigo también toda la historia”, 

Ángela Pradelli

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“Nuestra memoria no es el puro recuerdo congelado, ni la copia del suceso, ni la reproducción mecánica del hecho, ni una repetición calcada. La memoria relaciona, interpreta. Cuando la memoria narra el pasado se descontractura, tiene continuidad, avanza y es presente al mismo tiempo”, dice Ángela Pradelli en el prólogo de su libro En mi nombre, historia de identidades restituidas que cuenta las vidas de Manuel Gonçalves Granada, Ángela Urondo Raboy, Macarena Gelman García Iruretagoyena, Leonardo Fossati Ortega y Jorgelina Paula Molina Planas. Hijos e hijas de padres y madres secuestrados, asesinados y desaparecidos durante la última dictadura cívico militar argentina (1976-1983).



Infancias suspendidas, forzadas a perderlo todo, arrancadas de sus familias y entregadas a apropiadores, obligadas a cambiar sus nombres, a borrar su identidad. El terrorismo de Estado no solo aniquiló, torturó, violentó, profanó vínculos; sino que, mientras lo hacía, creaba un perverso mecanismo de ocultamiento de las huellas de esas prácticas del terror. Un mecanismo quirúrgico de ejercicio del poder por medio del aparato represivo del Estado que instaló un método de exterminio sistemático. Un genocidio con mayúscula.


La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define al genocidio como: “1) Matar a miembros del grupo. 2) Causar daño físico o mental grave a miembros del grupo. 3) Someter deliberadamente al grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial. 4) Imponer medidas destinadas a impedir los nacimientos dentro del grupo. 5) Trasladar forzosamente a niños de un grupo a otro”.


Los testimonios de Manuel, Ángela, Macarena, Leonardo y Jorgelina; delineados por la pluma certera de Pradelli; develan el método macabro de exterminio –que supera el punteo descriptivo de la ONU– y su infinidad de anillos transversales de complicidad.

Escritora, profesora en letras, docente, colaboradora de periódicos internacionales como La Liberté de Suiza o la Jornada de México. El People’s Literature Press de Beijing, China, le otorgó el premio a la Mejor Novela en español publicada en 2018 por La respiración violenta del mundo. Autora también, entre otros títulos, de Las cosas ocultas (Ediciones del Dock, 1996), Turdera (Emecé Editores, 2003) Combi (Emecé Editores, 2008), El sol detrás del limonero (El bien del sauce, 2016), Dos soldados (Emecé Editores, 2022). Ángela Pradelli logra desocultar el silencio con su bella y conmovedora narrativa testimonial.


Si el silencio utilizado como mecanismo de poder es el significante del miedo, desocultarlo es mucho más que desentrañar la propia historia, es generar las condiciones de posibilidad para reconstruir el entramado social y con él un poder antagónico, osado, renacido desde el dolor, resistente. Como dice Pilar Calveiro en su libro Testimonio y memoria en el relato histórico: “el trabajo de la memoria ha consistido en una práctica de resistencia frente al poder desaparecedor del Estado”.


Las historias de identidades restituidas narradas por Pradelli en su libro no son solo el testimonio de cada experiencia autodescubierta, sino que, con ellas se devela el mundo todo, el de un período infame que debe ser infinitamente recordado. Porque la memoria, como analiza Manuel Reyes Mate, “ya no es una materia optativa sino un deber (…) El ´deber de memoria´ quiere decir que cuando acontece lo impensable, lo que ha sucedido debe ser el punto de partida del pensamiento, lo que debe dar que pensar (…) Repensar todo a la luz de la experiencia de la barbarie para evitar que se repita y también para, de alguna manera, hacer justicia a las víctimas del pasado”.


En mi nombre, fue publicado en 2014, se cumplían 38 años del golpe de Estado. El día de la Memoria, por la Verdad y la Justicia se conmemoraba en todo el país. Plaza de Mayo, y todas las avenidas que convergen en ella, se colmaron de pueblo. En el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA), en Av. Del Libertador 8151, se celebró el 10° aniversario de la recuperación del predio donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada. Se realizó un acto multitudinario bajo la consigna “Un pueblo con memoria es democracia para siempre”, durante el cual se señalizó el Ex Centro Clandestino de Detención, Exterminio y Tortura con los tres pilares de Memoria, Verdad y Justicia y se inauguró la Casa por la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo. La noche anterior, la Secretaría de Derechos Humanos, a través del Archivo Nacional de la Memoria (ANM), convocó a participar de una vigilia hasta las 3.10 del 24 de marzo, hora en la que la junta militar había emitido por cadena nacional su primer comunicado golpista. Cristina Fernández de Kirchner era presidenta desde hacía siete años y un día como ese, diez años atrás, Néstor Kirchner bajaba los cuadros de Jorge Rafael Videla y Raynaldo Bignone de las paredes de las galerías del Colegio Militar de Palomar.


Luego de esa acción, simbólica, disruptiva y bisagra; instó, en su discurso, a las Fuerzas Armadas a “nunca más utilizar el terrorismo de Estado y las armas contra el pueblo argentino. Nunca más tiene que volver a subvertirse el orden institucional. Es el pueblo argentino por el voto y la decisión de él mismo, quien decide el destino del país. Definitivamente terminar con las mentes iluminadas y los salvadores mesiánicos, que solo traen dolor y sangre a los argentinos (…) Tenemos que generar un acto de conciencia y de identidad que nos permita definitivamente entrar a marcar en el ángulo justo de la historia aquel hecho terrible y lamentable”.


El 5 de agosto de aquel 2014, también restituyó su identidad Ignacio Montoya Carlotto, nieto de Estela Barnes de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo desde 1989. Hijo de Laura Estela Carlotto, desaparecida el 26 de noviembre de 1977, embarazada de dos meses y medio, luego asesinada. Y de Walmir Oscar Montoya, desaparecido a fines de noviembre de 1977, asesinado.


En ese contexto, el libro de Ángela Pradelli adquiere un sentido extra, el de contribuir a un proceso de reconstrucción de la memoria de todo un pueblo respaldado por el gobierno nacional y el Estado. Un camino que había iniciado en 1983 con el retorno de la democracia, bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), la presentación de su informe “Nunca Más”, entregado el 20 de septiembre de 1984, que, como dice Emilio Crenzel, “expuso las características y dimensiones del sistema de desaparición y la responsabilidad estatal en su ejercicio”. Constituyó una pieza clave en el Juicio a las Juntas militares iniciado en 1985. Un camino único y ejemplar, dramáticamente interrumpido por las leyes de obediencia de vida, punto final y los indultos de Carlos Menem sancionados entre el 7 de octubre de 1989 y el 30 de diciembre de 1990.


Llegó así el tiempo de los hijos e hijas, herederos y continuadoras de una historia de lucha que venía al repique para alzar su voz, amplificada desde los últimos años de la década del ´90, combustionada hasta arder con las chispas del 19 y 20 de diciembre del 2001. 

Así es como, cobra sentido que la recomposición institucional realizada a partir del año 2003, cuando Néstor Kirchner asume la presidencia, incorpore para sí, intrínsecamente, la lucha histórica por la memoria, la verdad y la justicia. “Ética y memoria van de la mano. La memoria es la lectura moral del pasado (…) Esa lectura moral está guiada por la búsqueda de la verdad y la justicia”, dice Reyes Mate.

Ángela Pradelli, entonces, al propagar las voces de Manuel, Ángela, Macarena, Leonardo y Jorgelina invita también a que emerja toda una generación que viene a restituir una identidad de lucha en común. “La narración sostenía una memoria que reclamaba, denunciaba, buscaba. Hoy las personas que lograron restituir su identidad continúan de alguna manera esa búsqueda en cada uno de ellos porque buscan, en sí mismos, en el territorio de sus propios cuerpos, los rastros de sus padres: un mismo modo de caminar, de decir, de reír”, dice.


Las huellas y las marcas que dejaron aquellos padres y madres en este mundo, están ahí, presentes, y se iluminan de a ratos para que, no solo sus hijos e hijas, sino toda una generación las encuentre para seguir su camino con renovados pasos.

En mi nombre, con la potencia movilizante del testimonio, es un faro que ilumina esas huellas para que sean vistas por muchos, por tantos, por todos.

“Recién cuando supe la verdad, cuando supe mi verdadera identidad, empecé a ser plenamente dueño de mi propia vida”, dice Manuel Gonçalves Granada.

“Me pregunto si se podrán volver las palabras a su inocencia, al estado que tenían antes de la dictadura. Porque el lenguaje también fue usurpado por los represores, la dictadura se robó también palabras”, sostiene Ángela Urondo Raboy.

“Contar nuestra historia no es solo una buena manera de hacer memoria. Es algo mucho más tangible, algo concreto como la posibilidad de que sigan apareciendo las personas que crecieron con identidades falsas, separadas de sus familias”, exclama Macarena Gelman García Iruretagoyena.


“Se movieron por el amor, por el deseo de encontrar a los nietos y a las nietas que les habían robado. Uno las ve y, a pesar de todo lo que les tocó vivir, que fue tremendo, a pesar de todo, irradian también alegría. Para mí las Abuelas son un faro”, reflexiona Leonardo Fossati Ortega.

“Lo que tengo también, para siempre, es el amor. La certeza de que yo era amada (…) Tengo las voces que se alzaron y que siguen alzándose para que yo sume los fragmentos y las astillas de lo que quedó (…) Voces que se elevan, que me ayudan a fundar la memoria, a construir mi vida a erigir mi historia”, grita Jorgelina Paula Molina Planas.   


Para seguir contando la historia tenés que saber, y Ángela Pradelli te invita a ver, que estas memorias también son tus memorias, nuestras memorias, las de todo un pueblo que aún sigue dando batallas que creía ganadas.

Para encontrar, continuar, multiplicar y seguir haciendo huellas: ¡Memoria, verdad y justicia! Presentes. Hasta la victoria. Siempre




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