La Negra y la Sole
- Laura Bitto
- 6 jul
- 3 Min. de lectura

—Estoy viva gracias a ella —respondió cuando le dije que había muerto.
La Negra, había tocado el timbre del viejo departamento de Chacarita, algún día de septiembre del 77, y mi vieja, sin dudar, abrió la puerta. Yo era chica, pero recuerdo la
historia que ambas me contaron.
—Entrelazamos las manos sobre la mesa de aquel comedor. Nos miramos, sonreímos y descubrimos que teníamos el mismo nombre. María Cristina Cárdenas era yo y tu mamá María Cristina Mena —dice y ríe al otro lado del teléfono.
El 9 de septiembre de 1977, María Cristina Cárdenas, la Negra, regresaba a su casa en la calle Gluck 3380 del barrio Villa Tessei, Hurlingham, en la provincia de Buenos Aires. Caminaba por una calle paralela a la suya. Una vecina se acercó, la tomó del brazo y avanzó junto a ella.
“Es en tu casa, a tu marido ya lo mataron”, le dijo. “¿El bebe?”, preguntó ella. “Lo recuperó la vecina de la esquina, no se lo llevaron”.
La Negra se alejó del barrio, tomó un colectivo, después un tren y llegó a la zona de Chacarita.
—Me senté en un banco a reflexionar, a ver qué hacía. Habían matado a mi compañero Chacho –Jorge Fortunato Camilión-, mi hija Cecilia estaba en Córdoba y Moi, el bebe, en la casa de una vecina.
Encontré datos que identificaban un departamento al que había ido a visitar a Sole. Así que seguí mi instinto, di vueltas, hasta que vi la puerta de entrada al edificio. La zona la recordaba. Una vez íbamos caminando y tu padre me dijo: ´Negrita, hay una pinza, así que te quiero mucho´, me abrazó, yo me acosté sobre él y algo veía. Cuando me encontré en esa situación, sin nadie a quién recurrir, observé las señales, la torre de una iglesia, el parque, la avenida y empecé a dar vueltas hasta llegar al edificio. Toqué el timbre y tu vieja me contestó por el portero. Preguntó quién era. Le dije y abrió.
El vínculo entre mamá y la Negra había comenzado hacía algún tiempo atrás, cuando ella visitó a Soledad -Czury Edith Lamy- que estaba "guardada" en casa.
—Cuando recibimos a Soledad —me contó mamá hace algún tiempo— tenía una pierna lastimada. Con papá resolvimos darle cobijo. Y así comenzó nuestra relación. Tuvimos que contribuir a su curación, pasó por una cirugía. Fue muy traumática su salida del lugar en el que estaba, donde funcionaba la imprenta de su organización El Obrero. Cuando entró el ejército, se llevó a la familia con la que convivía. Ella estaba alojada en la parte superior de la casa y un oficial le dio un par de horas para salir. En ese momento estaba enyesada, había tenido un accidente y la única manera que encontró para escapar fue rodar por las escaleras y arrastrarse hasta la vereda a pedir ayuda. Los vecinos la acompañaron hasta un taxi y comenzó su peregrinación hasta llegar con nosotros. Fue casi un año y medio de convivencia, éramos una familia.

Soledad mejoró y nos pidió volver a hacer contacto con sus compañeros y así la Negra comenzó a venir a visitarla. Soledad se recuperó y resolvió volver a la militancia. Teníamos controles semanales para saber que todo iba bien. Un día la primera llamada no entró, la segunda tampoco y para la tercera sin responder ya sabíamos que tenía problemas. Algún tiempo después, Sole ya no estaba, la Negrita tocó el timbre en casa, la puerta siempre se abre cuando sabés que quien toca es compañero.
—Si estoy viva es gracias a tu mamá que me abrió la puerta y a tu papá también —volvió a decir la Negra— Me dieron documentación, hicieron todas las conexiones para que yo pudiera salir, organizaron un encuentro con mi mamá que venía desde Córdoba para Buenos Aires a entregarme a mis hijos. Pude salir con los dos y arrancar otra parte de la historia. Cómo se sobrevive. Cada uno que sobrevive tiene una historia tan difícil como la mía.
Llegué a Brasil, me refugió el Alto Comisionado en San Pablo y de allí partí a Suiza, aterricé en Ginebra precisamente. Entre los que fuimos llegando hicimos una nueva familia. Se estableció un barrio nuestro, nos ayudábamos con todo, una experiencia de vida muy fuerte. Llegaron compañeros que salían de la ESMA, de La Perla, todos los que pudieron escapar. Hicimos una red de solidaridad entre nosotros que nos ayudó a sobrevivir, porque no es solamente el techo y la comida lo que te hace sobrevivir. Fuimos de los primeros grupos en volver apenas retornó la democracia. Regresamos escalonadamente de acuerdo a cómo el gobierno nos podía traer, en el 84 volví a la Argentina.
Hace unos días hablamos por teléfono, recordamos a mamá y quedamos en vernos en Córdoba pronto. Y la historia volverá a ser contada.
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